🙏 El pecado y la impureza reales: Sermón de Benarés



Observando que su viejo maestro se acercaba, los cinco Bhikkhus acordaron entre ellos no saludarlo y no dirigirse a él como maestro, sino por su nombre solamente. Porque - dijeron ellos - había roto los votos y había abandonado la santidad. Él no es un Bhikkhu, sino Gautama, y Gautama se ha convertido en un hombre que vive en la abundancia y se gratifica con los placeres mundanos. Pero cuando el Bendecido se acercó dignamente, ellos involuntariamente, a pesar de su resolución, se levantaron de sus asientos y lo saludaron. No obstante, ellos lo llamaron por su nombre y se dirigieron a él como "amigo Gautama".

Habiendo recibido en esos términos al Bendito, él dijo:

“No llamen al Tathagata por su nombre ni se dirijan a él como 'amigo', porque él es el Buda, el Santo. El Buda mira igualmente, con su corazón gentil, a todos los seres vivientes, y ellos por lo tanto le llaman 'padre'. El no respetar a un padre es erróneo; el menospreciarlo es una debilidad. El Tathagata - continuó el Buda - no busca la salvación en las austeridades, ni busca la razón para gratificarse con los placeres mundanos, ni tampoco vive en abundancia. El Tathagata ha encontrado el camino medio.

Oh Bhikkhus, hay dos extremos los cuales el hombre que ha renunciado al mundo no debe seguir;  por una parte, la práctica habitual de la gratificación propia que es indigna, vana y le sirve solamente a la mente mundana, y por otra parte, la práctica habitual de la mortificación propia, que es dolorosa, inútil e ineficaz.

Ni la abstinencia del pescado o la carne, ni ir desnudo, ni el afeitarse la cabeza, ni llevar el pelo enredado, ni vestir como pordiosero, ni cubrirse con mugre, ni hacer sacrificios a Agni, limpiará al hombre que no esté libre del error. Leer los Vedas, hacer ofrendas a los sacerdotes o sacrificios a los dioses, la mortificación propia por el calor o el frío y muchas otras penitencias ejecutadas por el bien de la inmortalidad, eso no limpia al hombre que no está libre de errores. La ira, la ebriedad, la obstinación, la intolerancia, el engaño y el fingimiento, la envidia, la alabanza propia, el enojo con otros, las intenciones arrogantes y diabólicas, constituyen el pecado y la impureza; no el comer carne, verdaderamente.

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